Opinión | Artículos de broma

Koldo enjaulado

La comparecencia de Koldo García en el Senado me recordó la exposición de fieras cuando llegaba el circo. El chófer-asesor-bien mandado del exministro José Luis Ábalos es fiero y parecerlo le fue útil en su desempeño profesional, fuera cual fuera. Su tamaño y su actitud, amenazante y amenazada, sugieren una fuerza difícil de controlar que se vio en el momento en que su abogado, Javier Pimentel, le cogió por el brazo porque ya estaba echando el cuerpo hacia delante, el tono hacia arriba y la lengua a pacer, como para irse al portavoz del PP, Luis Santamaría, que llamó preguntas retóricas a sus acusaciones con soniquete interrogativo. Son maneras de ser y estar. En los juicios, Rodrigo Rato no puede con la arrogancia y en las comparecencias, Koldo García no puede con la fiereza.

Mereció la pena ver y oír a Koldo García, durante esa hora larga, acogerse a su derecho a no declarar, aunque en ningún momento dejara de hacerlo con sus gestos de sordo esforzándose por escuchar, de lerdo esforzándose en entender, sin ser uno ni otro.

No calló. Voceó la atención con el ceño, el malestar con los resoplidos, el pasmo con la caída de mandíbula. Respondió a los senadores, pero no a las preguntas. Midió, pesó y calibró con la mirada a sus rivales. Estaba sentado y libre en una sala, pero se removía como enjaulado. Lo poco que habló, habló mucho de sí: se comprende que se entendiera con Ábalos porque usó, como él, un discurso emocional de hombre herido, alternado con la paciencia cenobítica en la voz y en los ojos cerrados de quien espera la justicia. En realidad, hizo uso de su derecho a no quedar atrapado en las palabras de sus respuestas para no liarse más en réplicas. Para ello tuvo que hablar todo el tiempo un idioma que no es el suyo y así no usar la lengua que domina. Fue una dramaturgia de personaje antropomorfo de largometraje de dibujos animados sin matices ni ambigüedades.

Es lo que hay.